
Ciclismo más allá de las fronteras, para ti y para los demás: entrevista con Centoventuno
Hay viajes que comienzan con un sueño y crecen con determinación, amistad y una causa mayor.
Este es el caso de Centoventuno, el proyecto de Andrea Incarbone y Giacomo Perone, dos amigos y viajeros en bicicleta, que decidieron cruzar el mundo desde Turín, Italia, hasta Adelaida, Australia, pedaleando por la investigación del cáncer.
Ferrino creyó en ellos desde el principio, apoyándolos en la elección del equipamiento para afrontar climas extremos, rutas remotas y territorios desconocidos.
Nos comunicamos con ellos durante uno de sus raros descansos, unos meses antes de su llegada, para que nos contaran cómo empezó todo, qué significa pedalear por una causa y cómo un sueño se transforma, kilómetro tras kilómetro, en algo mucho más grande.

¿Cómo surgió la idea de "Biking Against Cancer"? ¿Hubo algún momento específico en el que te diste cuenta de que este viaje tenía que hacerse realidad?
Nuestro sueño comenzó en 2019, cuando hicimos nuestro primer viaje en bicicleta de Turín a Venecia con el grupo scout. Todo empezó allí: al año siguiente fuimos a Palermo y nos dijimos que podíamos soñar a lo grande, incluso imaginando un viaje de Turín a Adelaida.
En 2021, el diagnóstico de cáncer de mama metastásico de la madre de Andrea entrelazó nuestra historia con la de Bike Against Cancer. Cada primavera considerábamos irnos, pero nuestras condiciones nunca se estabilizaron. Solo en 2023 logramos llegar al Cabo Norte, y tras el fallecimiento de Silia en noviembre de ese año, supimos que era el momento.
En 2024, finalmente partimos, dedicándole todo el viaje y lanzando una campaña benéfica junto con la Fundación Veronesi. Así nació Bicicleta Contra el Cáncer.
Elegimos la Fundación Veronesi específicamente porque participa activamente en investigaciones y terapias experimentales, como las que, en el caso de Silia, le permitieron vivir tres años más con su familia.
Estos tratamientos no sólo prolongan la vida, sino que también hacen que el viaje del paciente sea más tranquilo y placentero, en comparación con las terapias estándar más invasivas.
Hemos visto el valor de la investigación de primera mano, y apoyar a quienes trabajan todos los días para hacerla posible parecía la forma más natural de darle a nuestro viaje un significado más profundo.
¿Cuántos días duró el viaje, cuántos kilómetros recorristeis y cómo organizasteis las etapas?
El viaje comenzó en abril de 2024 y finalizará a fines de septiembre de 2025. Hasta ahora hemos recorrido 20.000 km a través de 25 países, y los últimos 3.000 km los recorreremos en Australia.
Elegimos los estados en función de nuestros intereses y luego dividimos la ruta en etapas, apuntando a las grandes ciudades o zonas que queríamos atravesar.
Con el tiempo, nos fue más fácil organizarnos, aprendiendo a entender nuestro ritmo y capacidades día a día.

¿Cuándo sentiste el mayor sentido de propósito detrás del proyecto, a pesar del esfuerzo?
Ciertamente hace unas semanas, en Bali, cuando alcanzamos el hito de los 33.000 euros: la cantidad que nos permitirá financiar una beca de investigación durante un año entero.
Fue un punto de inflexión. Nos dimos cuenta de que Bicicleta Contra el Cáncer ya no era solo nuestro viaje, sino algo concreto, real, que realmente nos ayudaba.
¿Qué significa para ti participar en una carrera por una causa tan importante? ¿Cómo cambia tu motivación cuando el viaje también es una misión social?
No podemos imaginar la carrera Turín-Adelaida sin la Bicicleta Contra el Cáncer. Ambas están entrelazadas.
Gracias a las redes sociales, recibimos constantemente mensajes de personas en tratamiento o que han perdido a seres queridos. También hemos hablado frecuentemente con las familias de los pacientes —algunos aún en tratamiento, otros que lamentablemente fallecieron— y con los propios pacientes, y cada vez esta conexión nos ha dado fuerzas.
Además, una de las cosas más bonitas ha sido el intercambio con investigadores. Muchos son colegas nuestros y nos escriben para contarnos que, gracias en parte a proyectos como el nuestro, encuentran una nueva motivación en su trabajo.
Cuando nos dicen “gracias, nos das fuerza” nos damos cuenta que nuestro pedaleo llega mucho más lejos de lo que imaginamos.
En tiempos difíciles, son precisamente estas conexiones las que dan sentido a la lucha. Sentimos que estamos haciendo algo que va más allá de nosotros dos y nuestras bicicletas. Es una red de personas que se apoyan mutuamente, y es una de las motivaciones más fuertes que nos acompañan cada día.

¿Cómo planeas una aventura tan larga? ¿Puedes contarnos cómo fue el trabajo entre bastidores?
Aprendimos de viajes anteriores, pero esta vez todo fue más extremo: ambientes diferentes, temperaturas variables.
Con Ferrino, hemos desarrollado un paquete híbrido y versátil: tiendas de campaña ligeras pero protectoras, sacos de dormir para clima frío, una estufa y un filtro de agua, todo diseñado para una máxima autonomía.
Otro desafío fueron los visados y la situación geopolítica. No pudimos pasar por Irán, así que nos desviamos por Georgia y Rusia, añadiendo 1.000 km a la ruta.
También obtuvimos una visa para ingresar a la India vía Pakistán, un trámite no sencillo pero imprescindible para evitar volar.
Y luego está lo inesperado. Lo teníamos todo planeado, pero en el Tíbet, por ejemplo, descubrimos que el acceso independiente estaba prohibido. Tuvimos que cruzarlo en tren, 600 km, y luego continuar en bicicleta por Yunnan.
Viajar te enseña a ser flexible: lo importante es salir preparado, pero también dispuesto a cambiar todo en el último momento.
¿Hubo algún lugar, un encuentro o un paisaje que le dejó una impresión imborrable?
El Pamir, Tayikistán. Una de las partes más difíciles y memorables del viaje.
Recorrimos el valle de Bartang, uno de los caminos más remotos y menos transitados. Dos semanas completamente fuera de carretera, sin conexión a internet y casi sin nadie a quien ver.
Escalamos puertos de más de 4.000 metros de altura, rodeados de picos de 6.000 metros, de forma totalmente independiente.
Allí comprendimos que lo más profundo que permanece en nosotros es la experiencia en la naturaleza, en el aislamiento, lejos de todo.

¿Han enfrentado desafíos físicos o emocionales en el camino? ¿Cómo los superaron juntos?
Ha habido muchos, pero uno de los más duros fue en la frontera entre Tayikistán y Kirguistán, durante una tormenta de nieve a 4.000 metros. Llegamos tarde con las visas, cansados, nerviosos... incluso discutimos. Entonces, en medio de la tormenta, un soldado nos dijo que el paso estaba cerrado.
Terminamos en un contenedor sin electricidad, a oscuras, durante 18 horas.
Al día siguiente, con el sol radiante, retomamos la marcha. En esos momentos, hay que escucharse, respetar el espacio del otro y estar dispuestos a comunicarse.
Es difícil, pero compartir todo esto con alguien que siente las mismas emociones hace que la experiencia no tenga precio.
¿Cuál fue el día más extraño o inesperado del viaje? ¿Un giro inesperado, un encuentro peculiar, un momento memorable?
En Laos paramos una semana para construir una balsa con cañas de bambú y botellas de agua para cruzar el Mekong.
Cargamos las bicis y navegamos dos días. La verdadera preocupación no eran los peligros del río, sino el miedo a perderlas.
Al final, incluso después de ser arrastrada por los rápidos y ser zarandeada, la balsa se mantuvo firme.
Luego llegaron los militares y se apoderaron de él… pero fue una aventura irrepetible, un sueño absurdo que recordaremos por siempre.

¿Qué es lo más sencillo que te ha traído más alegría? ¿Un café, una puesta de sol, un gesto inesperado...?
En Rusia, donde no se puede retirar dinero con tarjetas europeas, calculamos mal la cantidad. Nos quedamos prácticamente sin nada.
Un joven, al vernos en apuros, nos metió 20 euros en el bolsillo. Intentamos negarnos, pero insistió.
Nos permitieron comer y beber durante dos días, hasta que salimos del país.
Entonces decidimos donar esa cantidad a Bike Against Cancer: un gesto pequeño, pero lleno de humanidad.
Si tuvieras que describir esta experiencia en una frase para llevar en tu mochila en tu próximo viaje, ¿cuál sería?
Experimente el mundo exterior de primera mano, escuchando siempre y sin prejuicios.
Y confía en el esfuerzo que pones en las cosas: si es genuino, tarde o temprano la vida te lo devolverá.
